Por José Luis Ortiz Güell
Era un domingo electoral y a Pedro , un hombre ya maduro, presidente de
mesa ya echaba en falta su autobus que dejó aparcado sábado para conducirlo
nuevamente el lunes.
A los ocho de la tarde recibió una noticia en el Whatsapp, le habia tocado el
premio del euromillón , más de quince millones, después de pagar impuetos.
Seguramente pensó con discreto optimismo que en su vida volveria a
conducir el autobus de la linea 34 . Ni siquiera recordaba el nombre de su
benefactora, la que le rellenó el cupón a su amable petición y que agradeció
su gesto con un «suerte y que le toque, quien sabe la vida tiene sus milagros».
Una extraña manía, quizás fuese una forma de exculparse en caso de su
fracaso, pero la verdad que le alibiaba y era un vieja costumbre de años. Era
una mujer jóven de alrededor cuarenta años , alegre, simpática y risueña,
quizás se llamase Beatriz, no estaba seguro.
El día de las elecciones se tropezó con ella, cuando iba a votar, pero no lo
reconoció. Él sí , pero no le pareció oportuno dicerle nada, no era el lugar, ni
el momento Además era una de esas tantas personas que habían participado
en ese extraño ritual que llevaba años haciendo.
La verdad , es que no, le había impactado especialmente, pero la cobardía
siempre busca excusas, la mayoría cobardes y complacientes.
Por un instante, tuvo la tentación de conducir la situación como conducía su
viejo autobus, de más de diez años y que tantas confidencias guardaba de su
vida. La verdad es que para un conductor de autobuses no era muy difícil
entretener a esas damas, algunas tristes, otras afiliadas a los clubes de los
corazones solitarios de multitud de APP y redes sociales. Una de esas mujeres
que buscan mejores partidos que los que no gobiernan.
A pesar de ello, no era una tarea fácil.
Quizás para Beatriz, las cosas resultasen a las mil maravillas, quien
sabe….Para Pedro aquello que no fue nada más que una jornada de elecciones
como otra cualquiera, pues volvió a sus paseos interminables y repetitivos de
su linea 34, en lugar de pasear tranquilamente en su nueva vida y cuenta
bancaria.
Ella por su parte escribía versos nostálgicos , bien metrados y medidos en los
que hablaba de ese hombre que habia confiado en ella y quien sabe si alguna
de las estrofas hacían referencia al tranporte público de Zaragoza, buscando
conmover un corazón de un encuentro nada casual.
Todo fue inutil. Pedro siguió durante años con la linea 34 y con su uniforme
arrastrando seres humanos hacia las ausencias con tickets de ida y vuelta,
muy distinto de aquella ausencia sin retono de la que Beatriz escribía en sus
versos de su incedental amigo de estanco y casa de loterías.
Fue el – en honor a aquel encuentro inolvidable- quien en 2045 le asigno en el
testamento una última dedicatoria y desesperada despedida de tres millones de
euros precisamente en el instante final de su vida. Sería allí donde
comenzaría la nostalgia, la amargura verdadera de otras muchas tardes
electorales, una cada cuatro años, como aquella en la que se reencontro , al
azar , con ese desconcido que confió en ella.