A finales de la década de los cincuenta, cuando Bogotá entraba en su proceso de ampliación de vías y modernización, varios edificios fueron demolidos, entre esos la iglesia de Santa Inés, en donde reposaban los restos de José Celestino Mutis y que fue construida en el siglo XVIII
A mitad de siglo XX, después del Bogotazo la capital colombiana intentaba modernizarse y restaurar la gloria perdida por los desmanes provocados por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Bogotá comenzó su proceso de expansión, causado, en parte, por las migraciones internas producto de la violencia partidista que teñía de sangre los campos colombianos. También se inició la ampliación de algunas vías, para dar paso al progreso, que para entonces era sinónimo de grandes avenidas y autopistas, siguiendo el modelo propuesto por Le Corbusier. Por esto desapareció el parque Centenario para dar paso a la avenida 26 y la iglesia de Santa Inés, que fue demolida para dar paso a la ampliación de la carrera décima. Esta es su historia.
Con la expansión de Bogotá, el patrimonio arquitectónico colonial dialogaba con la arquitectura republicana sin mayor traumatismo. Las dos parecían convivir en paz, hasta que las pequeñas calles bogotanas no dieron abasto a un creciente tráfico vehicular y los problemas de movilidad —que para muchos parecerían dramas contemporáneos— estaban a la vuelta de la esquina, a lo mejor en un embotellamiento.
Las angostas calles coloniales del centro de la ciudad tenían que adaptarse a esta nueva circunstancia, o bien plantear el trazado de nuevas vías que satisficieran las necesidades de movilidad de los bogotanos. Esto representaba un nuevo dilema: qué conservar y qué demoler, cómo ampliar las vías sin desmembrar lo que alguna vez fue Santa Fe.
Pero antes de llegar a esto hay que contar la historia de la iglesia de Santa Inés. Su construcción comenzó a mediados del siglo XVIII en honor a Inés de Montepulciano, una abadesa de la orden de Santo Domingo. Allí reposaban restos de José Celestino Mutis, sacerdote, botánico, geógrafo, matemático, médico, docente español y director de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada.
El templo, que también daba nombre al barrio, estaba entre las calles sexta y 12 y la carrera décima y la avenida Caracas. Ubicación que, por su cercanía a la plaza de Bolívar, el Palacio de Nariño y el Capitolio Nacional, hacía de este barrio uno de los más apetecidos por la élite de aquella época. El historiador Rafael Rico Tovar cuenta que, en 1900, cuando no había aeropuerto, todo se movía alrededor del ferrocarril.
“Eso le daba mucho caché al sector. Muchas familias elegantes vivían en el barrio Santa Inés y por eso la gente que iba a las iglesias eran figuras muy prestantes de la sociedad”, cuenta, según lo citan en El Tiempo.
En el Archivo de Bogotá reseñan que “el único vestigio que se conserva de esta bella iglesia, por así decirlo, es una fotografía del alemán Paul Beer tomada semanas antes de que se iniciara su demolición”.
Volviendo a la carrera décima, en su nuevo trazado, a partir del proyecto del arquitecto Edgar Burbano, fue necesario derribar varias de las construcciones en el costado oriental de las cuadras ubicadas entre esta y la Carrera Once, con lo cual se eliminaron en la década de 1950 edificios de valor histórico y arquitectónico, como la plaza de mercado de La Concepción, de 1864, el edificio Salgado, la plaza de Mercado de Las Nieves, de 1905, y el más viejo de todos, el complejo que comprendía la iglesia y convento de Santa Inés. La demolición se concretó en 1957.
En un reportaje de El Tiempo, Carlo Malaver cuenta que los arquitectos de la Universidad Nacional Carlos Niño Murcia y Sandra Reina, la carrera décima debía pasar de sus 8 metros de ancho, con sus muchas interrupciones, a ser una carrera de 40 metros de ancho, que sirviese para conectar al norte con el sur de la ciudad.
“Era necesario para el paso de la vía, pero eran estructuras muy valiosas por su arquitectura”, dijo Niño Murcia, según lo cita Malaver.
La iglesia, que era, según los expertos, una joya arquitectónica que pertenecía a la congregación religiosa de los Redentoristas, a los que la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá de la época y con personalidades interesadas se comprometieron a que construyera un nuevo templo para rescatar las obras de arte que allí reposaban.
Finalmente, el 21 de octubre de 1956, la iglesia de Santa Inés cerró sus puertas. Meses después, el 4 de marzo del 1957 comenzó su demolición.
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