Por: Ricardo Tribin Acosta
En estos días, escuchando noticias en la radio, me quede estupefacto con un anuncio que allí se retransmitía en el que una señora o señorita, bastante feminista y con marcado acento español, hacia un juzgamiento bien severo y en cierta forma discriminatorio a los hombres por tener relaciones sexuales a través de la prostitución.
Aclaro que no defiendo esta clase de relaciones, pero tampoco creo que se le deba adjudicar al hombre la totalidad de la responsabilidad de tal acto, llamándolo como una violación consentida.
Recuerdo que cuando visite las ruinas de Pompeya en Italia, uno de los sitios que allí se destacaba era un prostíbulo que entonces que existió en el cual, no solo se atendían a los hombres, sino también a las damas.
Lo interesante del caso es que la mujer que grabó la cuña se refería de forma absolutamente vulgar a las variedades de actos sexuales que allí ocurrían entre el hombre y la mujer, mencionando términos realmente merecedores de asco por su innecesaria crudeza. Y lo más significativo es que decía que el hombre, al pagar por un acto así, estaba sometiendo a la mujer a una especie de esclavitud.
En pocas palabras ella borró con el codo lo que estaba haciendo con su mano. Estoy convencido además que, si este mensaje no contuviera tantas groserías, a lo mejor alcanzaría una mejor audiencia y aceptación que la que tal exabrupto generó.
No creo que los actos sexuales, contratando a una prostituta, deban ser motivo de elogio y aprobación, pero en verdad es que cuando ellos se pactan, si es que las leyes de un país lo permiten, establecen una especie de contrato en el que las partes, por una determinada suma de dinero, se comprometen en conjunto a realizar. ¿Y quién es el más culpable?; buena pregunta. Ello me lleva a recordar aquel famoso verso del romancero español que dice “Y para los efectos quien peca más: el que peca por la paga o el que paga por la peca “