Aunque pueda ser considerada una práctica para mejorar algunos aspectos de la salud, es importante considerar su efecto en nuestro organismo. Qué impacto tiene este comportamiento en la glándula encargada de regular la energía en nuestro cuerpo
La glándula tiroides pertenece al aparato endocrino y se encuentra justo en la parte anterior del cuello. Es la encargada de regular la homeostasis energética de nuestro cuerpo. Es decir, tiene como función principal (aunque no la única) regular cuánta energía es consumida por nuestros tejidos, en base a la proporción de energía que ingresa con la alimentación. La forma en que mi cuerpo administre la energía dependerá, pura y exclusivamente, de esta glándula y de sus hormonas.
En ese sentido, una de las patologías endocrinológicas más frecuentes, sin dudas, es la disfunción de la glándula tiroides y el hipotiroidismo. Para decirlo de modo sencillo, entre las causas más frecuentes de esta patología podemos encontrar:
– Predisposición genética: asociada también a otras enfermedades como la diabetes tipo I, la enfermedad celíaca, el vitiligo y otras patologías autoinmunes.
– Medicamentosas: fármacos como la amiodarona, litio, interferón.
– Baja ingesta de yodo: zonas donde no se consume sal yodada.
– Enfermedades que cursan con estados proinflamatorios de bajo grado, como la obesidad, la diabetes tipo II, dislipemias, entre otros.
– Ayunos prolongados: se está viendo con bastante frecuencia, dada la sobreoferta de dietas restrictivas y con ayunos de más de 12 horas, que no siempre suelen ser tan inocuas como se las muestra.
Qué pasa con la práctica de ayunos prolongados y la tiroides
Cuando evaluamos esta interacción, tenemos que tener en cuenta de qué manera administra la glándula la energía, justamente, cuando ésta escasea.
Esto es algo que no podemos ignorar. Últimamente, es frecuente en la práctica clínica, sobre todo teniendo en cuenta el caudal de información que ha estado creciendo durante todos estos últimos años, que muchas dietas de moda son “militadas” como una especie de solución final a la obesidad.
Algo así como un “modus vivendi” novedoso, que incluso sobrepasa el límite de desmerecer la evidencia científica en sí misma, con teorías conspirativas que funcionan como una suerte de anzuelo para aquellas personas que han vivido gran parte de su vida “dietando”.
La necesidad de “parar de una vez” los lleva a subir al primer “colectivo” o “grupo de pertenencia” que prometa el objetivo ponderal (NdeR: relativo al peso) deseado. Cuando, en realidad, no es más que otra de las tantas maneras de retroceder. Es el peligro de dar marcha atrás y llevarse puesto otro fracaso.
Lo cierto es que la glándula tiroides secreta la hormona tiroidea, a partir de un estímulo que proviene de otra glándula del sistema nervioso central: la hipófisis. Ésta, a través de una hormona llamada Tirotrofina (o TSH) le marca a la tiroides la necesidad de sintetizar y liberar hormona tiroidea, entre ellas la T4 y la T3.
La mayor concentración de T3, una hormona biológicamente activa, deriva de la conversión de T4. En resumidas cuentas, la T4 se transforma en T3 y ésta será la hormona que ejercerá su actividad en los tejidos. Pero, después de todas estas interacciones y relaciones, ¿qué tiene que ver el ayuno?
La tiroides regula la homeostasis energética de nuestro cuerpo. Es decir, la estabilidad de las funciones internas del organismo. Claramente, cuando éste entra en estado de ayuno, la glándula lo censa inmediatamente. ¿De qué manera? Frena el gasto energético corporal.
La T3, como dijimos, es una hormona biológicamente activa que deriva de la conversión de T4. Ahora, frente a un estado de ayuno, la T4 aplica un mecanismo regulatorio y se transforma en una hormona espejo de la T3. En este caso, toma el nombre de T3 Reversa. Para decirlo de otro modo, es una versión similar pero sin actividad biológica.
¿Qué significa todo esto? Cuando se realiza un ayuno, la glándula coloca un freno ante la disminución calórica-energética. Este proceso fisiológico, de hecho, se comienza a manifestar aproximadamente a partir de las 3 horas de ayuno, en niveles mínimos. Es decir que, en un primer momento, no afectan para nada el gasto energético basal. Al menos, es así en los inicios.
¿Cuál es el efecto del ayuno?
Como se trata de un proceso fisiológico, el problema comienza cuando estos ayunos prolongados se mantienen en forma sostenida. En esta situación, el cuerpo entra en un estado constante de ayuno-ahorro, con lo cual este mecanismo se perpetúa en el tiempo.
Entonces, es la misma glándula tiroides la que impulsa la adaptación de los tejidos a un “modo ahorrador”, hasta entrar, finalmente, en disfunción y caer en una baja energética. En este momento, algunos órganos (como el intestino, el corazón, el músculo, el cerebro y sus funciones cognitivas) comienzan a “enlentecerse”.
¿Cómo lo detectamos? Los síntomas que podemos comenzar a sentir, por ejemplo, son: constipación, fatiga persistente, intolerancia al frío, caída del cabello y piel seca. Pero eso no es todo, ya que incluso podemos empezar a sentirnos deprimidos sin una explicación clara.
Algo curioso a tener en cuenta es que, muchas veces, el hipotiroidismo puede detectarse a través de un simple laboratorio que no incluye el perfil tiroideo. Un ejemplo de esta situación se da cuando se registra la presencia de una alteración en el metabolismo del colesterol o de los triglicéridos.
Incluso, el hipotiroidismo se puede identificar cuando se identifica glucosa alterada en ayunas en pacientes jóvenes, sin epidemiología clara, por lo cual se busca descartar la disfunción tiroidea. Mientra que, en otras ocasiones, suele detectarse tras reiterados abortos espontáneos.
¿Cuál sería la mejor conducta a seguir y qué pasa cuando tengo hipotiroidismo?
Ante un diagnóstico, existen una serie de preguntas que se agolpan en la mente de los pacientes. Algunas son: ¿qué debo hacer?, ¿estoy condenado a tener sobrepeso?, ¿debo vivir con dislipemia o constipación o con cualquier otro síntomas relacionado con esta enfermedad? Mi respuesta es clara: no.
El hipotiroidismo bien tratado debería desprenderse de todas estas alteraciones. Es cierto que, inicialmente, se pensaba que era una causa fundamental de sobrepeso, pero es una razón indirecta de obesidad; ya que si mi cuerpo gasta menos, voy a acumular mayor cantidad de energía en forma de tejido adiposo. Es una mera cuestión matemática.
Además, es lógico que una persona que padece cualquier “trastorno depresivo” secundario a hipotiroidismo, o que convive con fatiga crónica, termina teniendo una menor actividad diaria. Es por eso que debemos aclarar que, en pacientes con obesidad, sobre todo severa, existen niveles altos de Tirotrofina [TSH], un aspecto que se suele corregir con el descenso de peso y no necesariamente concluye con un hipotiroidismo.
¿Cómo aumentar el metabolismo?
Entonces, la siguiente pregunta es, sin lugar a dudas, ¿qué tengo que hacer para “aumentar mi metabolismo”? Si el hipotiroidismo se encuentra compensado, no vamos a ser la excepción a la regla. Es decir, debemos actuar como cualquier persona eutiroidea. Y esta es la respuesta más sencilla de todas porque deberemos comportarnos como cualquier otro individuo. Es decir:
– Mantener una buena alimentación para reducir la inflamación sistémica (dieta antiinflamatoria o mediterránea, por ejemplo).
– Aumentar la actividad física diaria: no solo el ejercicio programado, sino todo tipo de actividad. Por ejemplo, evitar tiempos excesivos de quietud en la oficina, realizar pequeñas interrupciones en aquellos trabajos donde la actividad es demasiado sedentaria, como puede ser el home-office.
– Elevar la tasa metabólica basal a través del ejercicio de musculación, o combinado con resistencia (un ejemplo son los entrenamientos concurrentes).
Por último, es imperioso ser cuidadoso con la información que circula en redes. Para eso debemos tener bien en claro que no existe un plan estratégico para todo el mundo. Los grupos de pertenencia nutricionales ameritan, al menos, que tengamos una pequeña pizca de suspicacia. Porque el flujo masivo de información, gracias a la conectividad, sucede hace décadas y la ingenuidad no debe ser la excusa.
¿Acaso se imaginan a un cardiólogo tratando a todos sus pacientes con el mismo medicamento? ¿O a un neumonólogo utilizando el mismo antibiótico para todas las enfermedades respiratorias? La respuesta es: no. Tener dudas frente a tanta información no está mal, pero practicar la fe en cuestiones que son de la ciencia puede llegar a ser más que peligroso.
* Martín Carrizo, médico especialista en Nutrición (MN 123.838). Instagram: @dr.martincarri
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