Los archivos vaticanos confirman que los perseguidos por el nazismo fueron protegidos en iglesias y conventos por orden del Sumo Pontífice, pero la maliciosa campaña que pretende vincularlo al nazismo no cesa, a pesar de la frondosa evidencia de lo contrario
Hollywood les ha hecho creer a las generaciones post Segunda Guerra Mundial que los aliados entraron a la contienda para salvar a los judíos. Pero, como llegaron bastante tarde para la faena, ¿qué mejor que buscar un chivo emisario? ¿Y quién es el ideal? ¡El Papa! ¡La Iglesia católica!
Voceros de los países beligerantes se dedican desde los años 60 a atribuirle a Eugenio Pacelli, el papa Pío XII, responsabilidad en el ascenso del nazismo y la deportación y extermino de judíos.
Es famosa la réplica del dictador soviético Josef Stalin cuando Winston Churchill propuso invitar a Pío XII a la conferencia de Yalta: “¿Cuántas divisiones tiene el papa?”
Pero aunque la Santa Sede es un Estado sin poder bélico alguno, hay una horda de “especialistas” que se empeña en sostener que, en medio de la más sangrienta confrontación bélica del siglo XX, que involucró a beligerantes de la talla de Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), era el Papa el que tenía el poder y la responsabilidad para evitar el Holocausto…
Argumento calumnioso y de una hipocresía sin límite.
Esta campaña permanente contra Pío XII ha recibido una nueva inyección de energía desde la apertura de los archivos vaticanos. Debería ser al revés, pero los que quieren que el Obispo de Roma cargue con todas las culpas apelan a la verdad a medias, al anacronismo y a la tergiversación.
¿Los documentos confirman que miles de judíos obtuvieron protección de la Santa Sede, siendo refugiados en iglesias o conventos de Italia? Sí, pero eso no fue por orden del Papa, dicen… Abundan testimonios en contrario, pero lo que desmiente el relato es desestimado.
Hace 15 días, el New York Times titulaba: “Los investigadores identifican a los judíos ayudados por los católicos en la época nazi mientras el Papa guardaba silencio”. Hacía, pero callaba. Imperdonable.
“Los nombres (de los judíos salvados) fueron encontrados en documentos [pero] los historiadores dicen que no cambian la comprensión fundamental de las acciones de la Iglesia durante la guerra”, señala el diario. ¿Por qué no? Lo que no cambia es la decisión de denostar al Papa, a la Iglesia católica y a la Santa Sede. Digan lo que digan los documentos.
El 16 de septiembre pasado, hubo otro “hallazgo” en los archivos: la carta de un sacerdote alemán, Lothar Koenig, de diciembre de 1942, que informaba en detalle a un estrecho colaborador de Pío XII, Robert Leiber, que los nazis no llevaban a los judíos a campos de trabajo sino de exterminio.
Nueva excitación en las filas anticatólicas. ¡El Papa sabía! ¡No hizo nada! Pero la pregunta que toda persona intelectualmente honesta debe hacerse es: si lo sabía el Papa, ¿no lo sabían los demás jefes de Estado?
Mencionan la eficacia de los servicios de inteligencia vaticanos. Rusos, británicos y estadounidenses, ¿no tenían servicios eficaces? La diferencia con Pío XII es que ellos tenían además medios para intentar evitar las deportaciones. ¿Cuántos judíos encontraron asilo en Estados Unidos durante la persecución? ¿Están abiertos los archivos que demuestran que el gobierno estadounidense había prohibido su ingreso con el argumento —bastante débil— de que podían infiltrarle espías?
Giovanni Coco, investigador en el Archivo Apostólico Vaticano, que reveló la carta, dijo que el sacerdote que la envió estaba ligado a la resistencia católica contra Hitler. Y agregó un dato que confirma que el silencio (público) de Pío XII era una estrategia necesaria: Koenig le pidió a la Santa Sede que no hiciese públicas sus revelaciones porque temía por su vida y la de sus fuentes.
Hablando de silencio… ¿dónde están las denuncias públicas de Churchill, Roosevelt o Stalin contra Hitler por la deportación y exterminio de judíos? En el momento en que ocurrían estos crímenes, no hubo ninguna. Mientras masacraban a los judíos, el silencio fue general. Pero las motivaciones de ese silencio fueron distintas. Para la Santa Sede, fue la mejor manera de limitar el daño y evitar represalias contra la feligresía católica de Alemania y de los territorios dominados por los nazis. Y facilitar la tarea —discreta, clandestina— de salvar a enteras familias judías.
Si Pío XII fue un cómplice de los nazis, ¿cómo se explica que, al convertirse al catolicismo en 1945, el gran rabino de Roma, Israel Zolli, haya tomado “Eugenio” como nombre cristiano, en honor a Pacelli?
Los testigos de la época son formales: unánimemente destacaron la ayuda del Papa y de la Iglesia. Los no testigos, los detractores de décadas posteriores, tienen todos el mismo discurso canalla: el Papa calló, no hizo lo suficiente, no frenó a Hitler, habilitó la expansión nazi. Pío XII, desarmado, tenía que haber hecho lo que no hicieron los aliados con todo su poder de fuego.
Cuando anunció la apertura de los archivos, Francisco dijo: “La Iglesia no le tiene miedo a la historia”. A los que hay que temerles es a los “historiadores” que en vez de dejar hablar a los hechos sólo reparan en aquello que, creen, confirma sus prejuicios.
Pero Jorge Bergoglio dijo mucho más: “A veces me da un poco de urticaria existencial cuando veo que todos se la toman contra la Iglesia y Pío XII, y se olvidan de las grandes potencias. ¿Sabe usted que conocían perfectamente la red ferroviaria de los nazis para llevar a los judíos a los campos de concentración? Tenían las fotos. Pero no bombardearon esas vías de tren. ¿Por qué?” ¿El Vaticano es el único Estado que debe dar explicaciones por lo que hizo en la guerra?
En 2014, Francisco había dicho: “Al pobre Pío XII le han tirado encima de todo. Pero hay que recordar que antes se lo veía como el gran defensor de los judíos”. Aludía a los homenajes que recibió su predecesor en la inmediata posguerra. En agosto de 2022, el semanario israelí en castellano Aurora Israel escribió: “Muchos acusan a Pío XII de colaboracionista o directamente lo llaman el papa nazi. Pero, ¿qué dijeron Golda Meir, Albert Einstein, Jaim Weizmann, Ytzhak Herzog, Moshé Sharet, Bernard Henry-Levy y otras personalidades sobre el papa Eugenio Pacelli?”
Y sigue: “Todas estas personalidades y muchas más dicen que Pío XII, viendo la imposibilidad de ser útil en una confrontación directa contra Hitler, optó por dar ayuda en total silencio a los perseguidos por el nazismo. Pío XII impartió órdenes personalmente a todas las iglesias, conventos, parroquias, santuarios y seminarios católicos de toda Europa de proteger a todos los judíos posibles, dándoles asilo, refugio, documentos falsos y toda una batería de elementos disponibles para evitar las deportaciones a los Campos de Exterminio. Se calcula que más de 800.000 judíos salvaron sus vidas gracias a la Iglesia Católica y a Pío XII”.
El semanario israelí recuerda que, más de una vez, los nazis detectaron los escondites: “Al descubrirlos, no sólo deportaban a los judíos, sino también a los curas párrocos o madres superioras responsables”. Completa esto con cifras: “Fueron torturados y asesinados, alrededor de 6000 sacerdotes y monjas por haber dado asilo a los perseguidos por el nazismo”.
Cuando murió Pacelli, en 1958, Golda Meir, entonces ministra de Relaciones Exteriores del joven Estado de Israel, lo despidió con honores: “Durante los 10 años del terror nazi, cuando nuestro pueblo sufrió un martirio horroroso, la voz del Papa se elevó para condenar a los verdugos y para expresar su compasión hacia las víctimas”.
El director del mensuario Shalom, de la comunidad hebrea italiana, Massimo Caviglia, citado por Aurora Israel, dijo: “Pío XII no pudo actuar de otra manera: sabía que si tomaba una posición oficial contra Hitler la persecución se habría vuelto también contra los católicos. Sin embargo en privado ayudó a los judíos, dándoles asilo en edificios eclesiásticos. También mis padres se salvaron en uno de esos conventos”.
El 23 de diciembre de 1940, Times Magazine publicaba declaraciones de un Albert Einstein consternado al ver que tanto las universidades como los periódicos habían sido silenciados en la Alemania nazi: “Sólo la Iglesia permaneció de pie y firme para hacer frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad. Antes no había sentido ningún interés personal en la Iglesia, pero ahora siento por ella un gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia (guiada por el papa Pío XII) ha tenido la valentía y la obstinación de sostener la verdad intelectual y la libertad moral”.
“Si el papa Pío XII hubiera hablado, Hitler habría masacrado a muchos más de los seis millones de judíos y quizá a diez millones de católicos”, dijo por su parte un sobreviviente del Holocausto, el gran rabino de Dinamarca, Marcus Melchior.
El filósofo judío francés Bernard Henri-Lévy también se expresó sobre el accionar de Pacelli: “Antes de optar por la acción clandestina, antes de abrir, sin decirlo, sus conventos a los judíos romanos perseguidos por los sicarios fascistas, el silencioso Pío XII pronunció unos valientes discursos radiofónicos denunciando la persecución a los judíos, [en] las Navidades de 1941 y 1942″.
Cuando Pacelli fue elegido papa, en abril de 1939, la revista Jewish News and Views lo celebró: “El papa Pío XII es conocido por ser un fiel amigo de los judíos y expresó en multitud de ocasiones su enérgica oposición a la persecución de los judíos en Alemania e Italia”.
Antes de ser papa, Pacelli ya era un alto funcionario vaticano y, como tal, fue autor de la encíclica Mit Brennender Sorge (Con ardiente preocupación) con la que su predecesor, Pío XI, condenó el nazismo.
En 1943, Jaim Weizmann, quien en 1949 sería el primer presidente de Israel, dijo: “La Santa Sede, el papa Pío XII está prestando su poderosa ayuda allí donde puede para mitigar la suerte de mis correligionarios perseguidos”.
Otra cita de Aurora Israel dice: “En las horas más difíciles [para] los judíos de Rumania, la generosa asistencia de la Santa Sede fue decisiva. No es fácil para nosotros encontrar las palabras adecuadas para expresar el calor y el consuelo que experimentamos gracias a la preocupación del Sumo Pontífice (…) Los judíos de Rumania nunca olvidarán estos hechos de importancia histórica”. Esto lo escribió en abril de 1944 Alexandru Safran, gran rabino de Rumania, en carta al nuncio apostólico, monseñor Andrea Cassulo.
El abuelo del actual presidente de Israel (Isaac Herzog), Yitzhak Halevi Herzog, gran rabino de Israel desde 1948, escribió al nuncio apostólico de Francia, Ángelo Roncalli (futuro Juan XXIII), en marzo de 1945: “El pueblo de Israel nunca olvidará lo que Su Santidad el papa Pío XII, y sus ilustres delegados, inspirados por los principios eternos de la religión, que constituye el verdadero fundamento de la civilización, están haciendo por nuestros infortunados hermanos y hermanas en la hora más trágica de nuestra historia, lo cual es una prueba de la acción de la Divina Providencia en este mundo”.
Apenas terminada la guerra, en 1945, Moshé Sharet, uno de los fundadores del Estado de Israel, visitó a Pacelli: “Le dije al Papa que mi primer deber era agradecerle y, a través de él, a toda la Iglesia católica [por] todo lo que han hecho en los distintos países para salvar a los judíos”.
Finalmente, el teólogo y diplomático israelí Pinchas Lapide, cónsul de Israel en Milán, escribió, en 1967: “La Iglesia católica, bajo el pontificado de Pío XII, fue decisiva en la salvación de al menos 700.000 judíos, pero probablemente tantos como 860.000 judíos, de una muerte segura a manos de los nazis”.
Estas declaraciones son tan contundentes que resulta difícil entender el éxito de la calumnia contra Pío XII. Veamos qué pasó.
En 1963, cinco años después de la muerte del Papa Pacelli, se publicaba la obra de teatro El Vicario, de Rolf Hochhuth, que describía a Pío XII como cómplice de los nazis, como un Papa que, por su odio al comunismo, había dejado crecer, e incluso alentado, el expansionismo nacionalsocialista de Adolf Hitler.
¿Qué había sucedido? ¿Había surgido alguna prueba de complicidad entre Pío XII y el régimen nazi? ¿O de indiferencia hacia el sufrimiento judío? Absolutamente no. El problema fue que la Santa Sede se había erigido como firme barrera para la expansión del comunismo soviético hacia el oeste de Europa. En la inmediata posguerra, uno tras otro, los países más cercanos a la URSS fueron cayendo bajo dictaduras estalinistas. No se trató de revoluciones populares, sino de una literal ocupación. Reafirmada con tanques, porque Stalin sí tenía divisiones.
La ola comunista soviética se detuvo a las puertas de Italia. Frenarla no fue sencillo, porque el Partido Comunista italiano había emergido fortalecido de la guerra por su rol en la resistencia contra el fascismo. El protagonismo de la Iglesia católica fue fundamental; no es casual que Italia haya sido el país donde mayor fuerza tuvieron los partidos demócrata-cristianos, que hegemonizarían la vida política italiana de posguerra protagonizando la reconstrucción del país y la de una Europa unida. También en Alemania, la democracia cristiana fue uno de los pilares del resurgimiento del país y del freno al comunismo, que ya había logrado arrebatar medio país. Los principales protagonistas de esa etapa —Alcide de Gasperi, Robert Schuman y Konrad Adenauer— eran católicos militantes. Eso fue imperdonable.
La fake news del “papa filonazi” fue la venganza póstuma del estalinismo, que vio en Eugenio Pacelli a su bestia negra.
Años después, un general rumano, de Inteligencia militar, Ion Mihai Pacepa, denunció que El Vicario era parte de una campaña de difamación diseñada y ejecutada por el Kremlin y la KGB, por orden de Nikita Kruschev, máximo líder soviético durante la Guerra Fría. La operación tenía por finalidad no sólo ensuciar la imagen del difunto papa sino dañar la autoridad moral de la Iglesia y minar la influencia vaticana en el mundo. “La KGB quería presentarlo (a Pío XII) como un antisemita que había alentado el holocausto de Hitler”, dijo Pacepa. “Hoy en día, mucha gente está sinceramente convencida de que Pío XII fue un hombre frío y despiadado que odiaba a los judíos y que ayudó a Hitler a eliminarlos”, reflexionó, destacando así el éxito de la campaña sucia.
Es muy difícil restablecer la verdad una vez que se echó a rodar la calumnia. Lo inaceptable es que la prensa occidental se ensañe hoy con el Papa que contribuyó a salvar a Europa del comunismo.
Además, la evidencia histórica contradice permanentemente la leyenda negra. Desde hace unos años, la Fundación Internacional Raoul Wallenberg trabaja para ubicar todos los sitios donde los judíos fueron acogidos para colocar allí una placa con la mención honorífica de “Casas de Vida”. La Fundación ha localizado más de 500 de estos refugios en Italia, Francia, Hungría, Bélgica y Polonia. El argentino Eduardo Eurnekian, presidente de la Fundación, decía en octubre de 2019: “Para nuestra sorpresa, nos enteramos de que la gran mayoría de las Casas de Vida eran instituciones relacionadas con la Iglesia católica: conventos, monasterios, internados, hospitales, etcétera”.
Los difamadores de Pío XII dicen que eso se hizo sin anuencia del Papa. Pero cuando recibió la medalla “Justos entre las Naciones” por haber refugiado a judíos en el Seminario Romano, el cardenal Pietro Palazzini dijo: “El mérito es enteramente de Pío XII que ordenó hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para salvar a los judíos de la persecución”. Y comparó: “Salvó a más judíos que Oskar Schindler”. La misma medalla le fue entregada a la hermana María Corsetti, sor Emerenciana, por la embajada israelí de Roma. Al recibirla, la religiosa dijo: “Fue Pío XII quien nos ordenó abrir las puertas a todos los perseguidos. Sin la orden del Papa, habría sido imposible salvar a tanta gente”.
Años después de El Vicario, la campaña de difamación contra Pío XII fue recuperada por ciertas usinas culturales anglosajonas que libran contra la Iglesia católica una guerra estratégica, permanente y prolongada.
El punto más alto de la difamación, fue el libro El papa de Hitler (1990), del periodista británico John Cornwell, publicado en 1990. El cinismo de los detractores de Pío XII no tiene límites: jamás interpelan a los vencedores de la Guerra, los reunidos en Yalta, por no haber evitado el Holocausto, pero sostienen que Pacelli, sin fuerza militar alguna y en soledad, podía y debía frenar la persecución nazi a los judíos, como no la frenaron las grandes potencias que negociaban pactos con Hitler y sólo actuaron cuando vieron su supervivencia comprometida.
No hubo refugio para los judíos en los países aliados. Sí, encomiables casos de gente que individualmente se arriesgó para salvar a muchos. Pero a nivel estatal es al revés de lo que se pretende. El único Estado que como tal tuvo una política de protección a los judíos fue el pequeño gran Vaticano. En proporción a los medios de los que disponía, hizo mucho más que otros gobiernos por proteger a los judíos.
Las críticas al Papa por su silencio provienen de gente que jamás vivió el horror de una guerra o de una dictadura. Que no tiene idea de lo que implica actuar o intentar actuar en contra de un régimen absolutista, represivo y en guerra. O contra una potencia ocupante. En esas condiciones, la acción discreta, el sigilo, la diplomacia, la fachada amable que oculta la acción subterránea, son siempre más eficaces que el declaracionismo, que hasta puede resultar contraproducente.
“Una declaración formal (del Papa) hubiera provocado una brutal retaliación por parte de los nazis y frustrado sustancialmente ulteriores acciones católicas en favor de los judíos”, argumentó Joseph Lichten, de B’nai B’rith, organización judía dedicada a denunciar las manifestaciones de antisemitismo, en ‘’A Question of Judgment – Pope Pius XII and the Jews” (1963).
Una prueba del acierto de esta táctica, según el historiador F.G.Stapleton, en un artículo en History Today, fue que después de que el cardenal Willibrands de Holanda expresara sus simpatías judías de forma explícita, otros 100.000 judíos fueron deportados. Mientras que en Dinamarca, donde el episcopado optó por un perfil bajo, se pudo salvar a la mayoría. Igual que en Italia, destaca Stapleton, donde “se salvó el 80% de los judíos”, en marcado contraste con la suerte que corrieron en otros países.
Algo de sentido común y muy fácil de entender. Si se tiene buena voluntad.
No es el caso evidentemente de muchos de los investigadores -o difamadores- que se han lanzado sobre los archivos del Vaticano, que aunque se abra a todo escrutinio, seguirá siendo acusado de oscurantismo.
Otra muestra de parcialidad es el silencio ante otro documento hallado en los archivos por el historiador alemán Michael Feldkamp en febrero de 2021: Pacelli le advirtió a Roosevelt del Holocausto. “Pío XII —dijo Feldkamp— envió un mensaje al presidente Roosevelt en marzo de 1942, dos meses después de la Conferencia de Wannsee [para advertir] que algo estaba pasando en Europa en las zonas de guerra. Estos mensajes no fueron considerados creíbles por los estadounidenses”.
“En ese momento (Pío XII) no podía organizar protestas o escribir notas de condena para no atraer la atención”, dijo Feldkamp. Sin embargo, “llevó a cabo negociaciones con la embajada alemana y las fuerzas policiales italianas, incluso con (Benito) Mussolini y el ministro de RREE italiano” para “sacar lo máximo posible a través de ellas”.
Hay una doble vara para medir las cosas. En La lista de Schindler, Steven Spielberg rinde homenaje a un empresario católico alemán que salvó a muchos judíos. Oskar Schindler pudo hacerlo gracias a los buenos vínculos que mantuvo con los nazis durante toda la guerra. Los archivos vaticanos demuestran que hubo una larga, bien larga, “lista de Pío XII”. Pero de eso mejor no hablar.
No es casual que la misma táctica difamatoria propia de los servicios de inteligencia haya sido usada en la Argentina por detractores de la Iglesia Católica en la persona del entonces futuro papa Francisco, Jorge Bergoglio. Como Pío XII, también él fue acusado -por los mismos que hoy se cuelgan de su sotana- de abandonar a aquellos cuya vida en realidad salvó con su intervención.