Lo de Sánchez en Rafah fue ofensivo porque su narrativa estuvo construida como si el 7 de octubre de 2023 no hubiera existido en el calendario
Uno queda estupefacto. Tanto que hay que mirar y escuchar varias veces los videos de Pedro Sánchez regañando a Netanyahu y aleccionándolo sobre las obligaciones de Israel en materia de Derecho Internacional y Derecho Internacional Humanitario. Y, además, diseñando un nuevo orden para el Medio Oriente, decretando la creación de un Estado Palestino él solo y por su cuenta. O casi, lo acompañaba Alexander De Croo, primer ministro de Bélgica.
España preside el Consejo de la Unión Europea, es sólo que el cargo es rotativo y la definición de la política exterior de la Unión no está entre las competencias del mismo. Pues ello recae en la Presidencia de la Comisión Europea y su titular, Ursula von der Leyen, dejó en claro el apoyo a Israel en su reciente visita. De pronto Sánchez quiso vestirse de Alemania o de Francia, pero el traje era uno o dos talles más grandes.
El consiguiente disgusto del gobierno de Israel se tradujo en un incidente diplomático inmediato, el exceso de protagonismo de Sánchez puso a Bruselas en aprietos. Es que su actuación en Rafah, frontera de Gaza con Egipto, tiene el valor de una ironía para los españoles, una incongruencia con las propias instituciones del sistema político europeo y un agravio para los israelíes y los judíos en general. No exactamente un éxito.
Ironía porque el imprevisto apego de Sánchez al Derecho Internacional constituye una burla para la media España que está en la calle protestando contra su Ley de Amnistía, la cual beneficia a secesionistas catalanes condenados y prófugos desde 2017. Ley que constituye el precio que decidió pagar por el puñado de votos necesarios para anular la elección, en la que había sido derrotado, y quedarse en la Presidencia.
Su problema es que dicha ley ha generado agitados debates acerca de su constitucionalidad, siendo cuestionada por garantizar impunidad, nada menos, y por ser violatoria del equilibrio de poderes y el Estado de Derecho, en tanto subvierte decisiones oportunamente tomadas por los tribunales de justicia.
Nota al pie de página: en esto Sánchez está más cerca de Netanyahu de lo que él tal vez imagine y desee. La sociedad israelí también ha pasado el año protestando contra el proyecto que restringe el poder de la Corte Suprema de vetar decisiones del gabinete que puedan infringir la normativa constitucional. Es decir, como él, Netanyahu también erosiona los pesos y contrapesos en casa.
Continúo. De ahí la incongruencia entre la ley de Sánchez y las instituciones políticas europeas. Tanto que el Parlamento Europeo ha mantenido agitados debates sobre el caso. El comisario de Justicia, Didier Reynders, por su parte está investigando la Ley de Amnistía a efectos de determinar su conformidad con las normas del Estado de Derecho de la UE. Todo ello se inscribe bajo el artículo 7 del Tratado de la Unión que puede sancionar a Estados miembros por apartarse de estos principios.
Como antecedente, en septiembre de 2018 la Comisión Europea llevó a Polonia al Tribunal de Justicia de la Unión por “violar normas comunitarias sobre independencia judicial”, aplicándole una multa. Y en marzo de 2021 la Comisaria de Derechos Humanos del Consejo de Europa publicó un memorándum condenatorio del gobierno de Hungría por “erosionar el pluralismo y la libertad de expresión en los medios de comunicación”.
Justamente por ello, Bruselas retiene hoy fondos de Hungría y de Polonia. Pero claro, para este PSOE ellos son los “ultraderechistas”, término favorito de su prestigioso órgano de difusión, y Sánchez es de “izquierda”; eso sí, izquierda como la de Caracas, La Habana y Managua donde todo truco es válido para no abandonar el poder.
Lo de Sánchez fue ofensivo porque su narrativa estuvo construida como si el 7 de octubre de 2023 no hubiera existido en el calendario. No condenó el ataque terrorista y se refirió en términos generales al mismo, casi como un problema de políticas públicas: “El terrorismo no se controla por la fuerza, en España lo hemos sufrido,” pontificó frente a Netanyahu. Y todo en abstracto, sin pronunciar la palabra “Hamas”.
¿Es en serio la comparación, “en España lo hemos sufrido”? Pues ese día Hamas produjo un ataque en Israel reminiscente de un asalto medieval para saquear, destruir lo encontrado y obtener trofeos humanos, dejando una carnicería detrás. Violó y torturó un sinnúmero de mujeres, asesinó a 1,400 personas, decapitando 40 bebés, y secuestró otras 240, incluyendo niños de temprana edad, entre otras atrocidades.
No son fake news sionistas, los mismos terroristas publicaron la macabra evidencia en forma de videos en redes sociales. El negacionismo del 7 de octubre no es muy diferente al negacionismo del Holocausto. Sánchez no es el único en relativizar el horror.
¿Pero cuándo habla de la creación de un Estado Palestino, sin más detalles, sería en Gaza, con Hamas, con Fatah o con alguna otra entidad? Ocurre que Gaza ya es un Estado independiente, sólo que gobernado por una secta terrorista. Israel abandonó la franja en 2005 y removió todos sus asentamientos. Hamas tomó el poder en 2007, aniquilando a sus rivales de Fatah en una corta y cruenta guerra civil y estableciendo un sistema de dominación despótico que suprime voces independientes, castiga las relaciones homosexuales y subyuga a las mujeres. Todo ello contradice la agenda tan cercana al progresismo humanista e igualitario de Pedro Sánchez; o eso creíamos.
A esta altura, otorgarle a Hamas la representatividad de los palestinos es complicidad más que ignorancia, sobre todo por parte de un jefe de gobierno europeo. No sorprende ni es nuevo que Hamas use escudos humanos y que los hospitales sean usados para fines militares. Las víctimas civiles, palestinas e israelíes por igual, son su responsabilidad, a propósito del Derecho Internacional Humanitario.
Hamas también proclama la eliminación del Estado de Israel en su declaración de principios (covenant) incluido el exterminio de la nación que habita en dicho Estado, el pueblo judío (from the river to the sea). Si Gaza ya es un Estado—es decir, allí existe una autoridad política centralizada que monopoliza los instrumentos de la coerción, ejerce control territorial e impone tributos—con un gobierno identificable, sea dictadura o no, pues dichos principios son su constitución. La constitución de Israel no prescribe el exterminio del pueblo palestino.
Para un pueblo cuyo ADN está grabado con el trauma del Holocausto, los principios de Hamas suponen un conflicto existencial innegociable. El 7 de octubre quedó claro el verdadero significado de dichos principios en lo que fue una declaración de guerra contra el Estado de Israel y, no se olvide, contra su población. Ese mismo día quedó claro de qué se trata la promesa “from the river to the sea, Palestine will be free”.
En esta suerte de exoneración de Hamas, ¿los niños secuestrados, hoy liberados, y que regresan a casa para enterarse que son huérfanos, deben agradecer el magnánimo gesto? ¿Ese es el ramo de olivo? Es mucho más simple, si verdaderamente quieren paz que reconozcan el derecho del Estado de Israel a existir, como lo hicieron Jordania, Egipto, Marruecos y los Emiratos, entre otros Estado árabes. Lo cual no va a ocurrir, Teherán no quiere esa paz.
Por supuesto Hamás agradeció a Sánchez su “postura clara y audaz” sobre la guerra en Gaza. Pero que tenga cuidado, antes de que se dé cuenta van a estar en la puerta de su casa para reclamarle por la ocupación española de “Al-Ándalus”.
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