Por: Ricardo Tribin Acosta
En estos días de necesidad de profundas reflexiones, debido al caos moral y de valores que se viven por doquier, me gustaría traer a mi memoria dos conceptos de los que se habla mucho o poco menos los que en mi concepto casi o nada se conocen. Se dice del Agnóstico de aquel individuo quien busca encontrar las soluciones a sus dudas, incluyendo las espirituales, a través de la ciencia. Siete por ocho es cincuenta y seis y punto y, si no se logra la respuesta correcta, pues entonces el enunciado es falso.
En tal sentido el Agnóstico afirma sin ningún rubor que la existencia de Dios no se puede demostrar ya que científicamente no logran encontrar la respuesta a sus dudas. Para ellos el único “dios “es el intelecto, y por tanto si este no resuelve las incógnitas la respuesta más evidente será la de la resistencia. Ni oyen, ni ven ni entienden, y por ello a este respecto permanecen fríos e inmóviles cual ninguno otro.
Aparecen entonces los Ateos, mas radicales aun, quienes afirman con seguridad que Dios no existe. Solo creen lo que ven y por tanto, un Dios que no sea palpable visual y materialmente, no estará por parte alguna. Tanto los Agnósticos como los Ateos viven sus vidas alejado de los principios del “Teo“, considerándose a veces ellos mismos casi que sus propios dioses.
A Dios gracias soy ateo, dice algunos no creyentes, ufanándose de sus concepciones al respecto, cuando de manera instantánea y en cierta forma consciente están reconociendo sus creencias ocultas o adormiladas.
Un caso clásico es el de un sanguinario bárbaro, ateo cual más, quien a punto de morir, herido en batalla, tomo un poco de su sangre mezclada con arena y lanzándola hacia el firmamento dijo con furia “Venciste Galileo “, en un claro reconocimiento al principio irrefutable de que Dios si existe, y que curiosamente el reside en uno de los puntos mas ocultos del ser humano cual es el de su interior y por ello, para encontrarlo, hay que buscarlo allí.