El columnista venezolano, uno de los más leídos en castellano, publica un nuevo libro, “Lo que nos está pasando”. Habló con Infobae sobre sus temas principales: las nuevas estrategias dictatoriales, el rematch electoral entre Joe Biden y Donald Trump, el combo del populismo, la polarización y la posverdad y la sensación generalizada de vivir un periodo de crisis histórica
Para titular su nuevo libro, Moisés Naím recurrió a una cita sombría de José Ortega y Gasset sobre la década de 1930 en Europa: “No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa”.
Desde los 20 del siglo XXI, sabemos cómo terminó aquel “periodo de crisis histórica”, como diagnosticó el español: la Segunda Guerra Mundial comenzó en 1939. “No hay duda de que muchos de los elementos que detectó Ortega y Gasset en el siglo pasado se encuentran hoy con nosotros”, advirtió Naím en el prólogo a Lo que nos está pasando, que acaba de salir a la vez en castellano e inglés. “Es por lo tanto urgente entender qué es lo que nos está pasando y qué hacer al respecto”.
El columnista venezolano, uno de los más leídos en el mundo hispanohablante, ha recopilado textos escritos desde 2016 unidos por una inquietante actualidad: muchos podrían ser su próxima columna. En este nuevo periodo de crisis histórica, “no solo hay más cambios, y más inéditos, sino que también son globales y más acelerados”, observó en diálogo con Infobae.
“En el ambiente actual todos estamos sensibles a la posibilidad que vengan cambios que nos van a afectar, personalmente, a nuestras familias, a nuestras organizaciones”, analizó. “Tenemos la sensación de que vienen cambios grandes, profundos, telúricos, pero que no sabemos cómo serán ni cuándo sucederán. La cantidad de cosas sin precedentes que ocurren es insólita. Algunas están pasando por primera vez, otras continúan tendencias que venían desarrollándose y que se han acelerado”.
El arco de tiempo que recorre Lo que nos está pasando es breve: 2016-2023. Pero quien ha vivido esos años sabe que su densidad de acontecimientos ha sido de montaña rusa.
El Brexit. El ascenso y la derrota y el regreso de Donald Trump. El cambio climático con temperaturas que superan los registros máximos de un año para otro. La pandemia de covid. La creciente desconfianza en la democracia, en una América Latina que tanto había valorado su recuperación como en el mundo. La imbricación del crimen organizado en los Estados. La invasión rusa a Ucrania y la guerra que sueña con extenderse. La brutalidad de Hamas el 7 de octubre y la respuesta del gobierno de Benjamin Netanyahu, tan atroz con los civiles que Estados Unidos se abstuvo —en lugar de apoyar, como históricamente, a Israel— cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidos votó el pedido de alto el fuego. La popularización de la inteligencia artificial, sin red normativa que obstaculice que el terrorismo la aproveche tanto como, por caso, la medicina.
A los dictadores les gustan las elecciones
Pero Naím es optimista. “Algunas sorpresas serán positivas. Recordemos que durante el covid, los gobiernos se dedicaron a pelear por conseguir más respiradores pero los científicos nos dieron una vacuna en un tiempo récord, y lo lograron a través de la colaboración”. Ve un “lado oscuro y un lado brillante” y, sobre todo, ve como factor común lo que se conoce como minilateralismo: “La globalización, la ciencia, la geopolítica, los cambios en nuestras actitudes han aumentado el número de problemas globales, problemas que ningún país puede solucionar solo, ni con todo el dinero del mundo. El cambio climático, las migraciones, la inteligencia artificial requieren coordinación internacional. La demanda de acción multilateral está aumentando muchísimo, no así la capacidad de respuesta de los países y de los organismos multilaterales”.
—Usted habla de los dictadores: de su capacidad económica, militar y geopolítica para quedarse en el gobierno, de su gusto perverso por las elecciones, de su peso en el mundo: el 70% de la población vive bajo dictaduras. ¿Cómo es posible ese auge?
—En el pasado los dictadores eran autócratas que terminaban derrocados, por sus propios aliados, por otras fuerzas, por la comunidad internacional. Cuando eso pasaba iban a su mansión en el Mediterráneo u otro paraíso y pasaban ahí el resto de sus días gastando el dinero mal habido. Pero los dictadores depuestos ya no van a la Costa Azul, sino a La Haya, a la Corte Criminal Internacional. Así que aprendieron que no les puede pasar, que no pueden contar con otros. Por lo tanto están amarrados, anclados e inamovibles. Y ese es uno de los grandes problemas de este tiempo: [Vladimir] Putin o [Nicolás] Maduro no se van a ir mediante negociaciones e incentivos para el cambio de régimen. La autopista en la que están no tiene una rampa de salida. Además, han acumulado fortunas inmensas, tienen un poder inmenso. No es posible sacarlos mediante los métodos tradicionales.
—A propósito de gente que no quiere dejar el poder: su perspectiva sobre el asalto al Capitolio, impulsado por Donald Trump, quien mentía haber ganado las elecciones que había perdido, es muy animoso. Usted escribe que entonces ”Estados Unidos comenzó a reparar su maltratada democracia”. ¿Por qué ese optimismo?
—Creo en las fuerzas que todavía protegen a la democracia. En esa columna yo celebraba que el país superó un golpe de Estado, hubo un intento fallido de golpe de Estado. Hoy la democracia está bajo ataque a nivel mundial, es una forma de gobierno en peligro de extinción. Y hoy el problema no solo es lo que sucede cuando hay elecciones, sino lo que pasa durante el periodo por el cual fue elegida la persona. Qué pasa con el estado de derecho. Qué pasa con las libertades civiles, con el espacio público, con el funcionamiento del sistema judicial, con la creación de leyes, etcétera. Y aunque parecería que no se puede ser optimista, de pronto la vida nos da sorpresas —como cantaba Rubén Blades—: por ejemplo, recientemente hemos visto cómo en Turquía, uno de estos dictadores que yo llamo de las “tres P”, populismo, polarización y posverdad, sufre una pérdida histórica en elecciones locales que son un preámbulo de lo que podría pasar en las generales. Se puede ser optimista porque hay momentos de optimismo.
—En Lo que nos está pasando habla justamente del gusto de los dictadores por las elecciones: “Buscan el pasajero aroma democrático del que los impregna una elección popular, siempre y cuando su victoria esté garantizada”. ¿Puede ampliarlo?
—Es muy interesante este fenómeno de los autoritarios que se disfrazan de demócratas, incluso más allá de las elecciones amañadas. Todos quieren que su país sea llamado una democracia, que su régimen sea reconocido por su libertades civiles. Pero es mentira, son autócratas disfrazados de demócratas: tienen pseudo leyes, tienen tribunales que ellos controlan y legitiman decisiones antidemocráticas. Lo estamos viendo a nivel mundial. Lo estamos viendo hoy con Netanyahu. Hay una larga lista de jefes de gobierno que se presentan como democráticos, pero en sus prácticas concretas terminan por concentrar el poder y conculcar la democracia.
El rematch Biden-Trump
Naím analiza semanalmente la actualidad global en medios de referencia en América Latina, Europa y Estados Unidos, donde vive en Washington DC y es miembro distinguido del Carnegie Endowment for International Peace, además de conducir el programa Efecto Naím, premiado con el Emmy. Antes de dedicarse al periodismo, fue ministro de Industria y Comercio y director del Banco Central en Venezuela, y trabajó en el Banco Mundial. Pero sintió que algo del trabajo del columnista, como se define, lo apelaba: “Los periódicos y las agencias de noticias no necesitan una columna más, pero sí una que tome algo que no está siendo visto, lo ponga al frente y promueva un debate civilizado alrededor de eso”, contó.
Sus 14 años a cargo de la publicación Foreign Policy dejaron su huella, y entre los lectores de sus libros hay figuritas difíciles: de Bill Clinton a Fernando Henrique Cardoso elogiaron El fin del poder, y Mark Zuckerberg lo puso en su lista de lecturas un día que quiso jugar a Oprah. Ilícito fue adaptado como documental por National Geographic, y además de ser destacados por el Financial Times, The Washington Post y The New Yorker, sus otros títulos —La revancha de los poderosos, entre ellos— han sido traducidos.
Por su centro de perspectiva, y por el peso que tiene Estados Unidos en el mundo, Naím observa con interés lo que parece insinuarse con miras a las elecciones presidenciales de noviembre en ese país: un rematch entre el actual presidente, Joe Biden, y Trump. “Creo que la posibilidad de que Donald Trump sea reelecto es mala para Estados Unidos y para el mundo”, dijo, sin ambages. “Ya, por ejemplo, la OTAN este está organizando recursos post Trump: un fondo de dinero que sirva para operar aunque Trump gane las elecciones de Estados Unidos. Este es un pequeño ejemplo de cosas que, si bien no se verán necesariamente, pueden ocurrir. Tengo mucho temor ante la posibilidad de que Donald Trump sea el próximo presidente de los Estados Unidos, y no tiene que ver con preferencias partidistas”.
—¿A qué se refiere?
—A que esto no es política común. Esto es una situación muy anormal, con un candidato que juega con las reglas de la democracia para concretar modos de operación muy autocráticos. Obviamente, el candidato que va a enfrentar a Donald Trump, que es Joe Biden, claramente tienen limitaciones, por todo tipo de cosas, la más importante de las cuales es su edad. Pero es notable cómo Trump, que es casi igual de viejo que él [Trump tendrá 78 en noviembre, Biden tendrá 82], no se ve afectado por el tema de la ancianidad tanto como Biden.
—Usted da una enorme importancia a la inteligencia artificial, y escribe: “Quienes prueban estas tecnologías quedan fascinados con sus inmensas posibilidades. Pero aquellos que las conocen de cerca y entienden los riesgos que conllevan ven con claridad el caos mundial que podrían engendrar”. ¿Supone que se verá algo de ese efecto negativo en la campaña 2024?
—Ese es mi temor, una campaña armada con estas herramientas. Hoy existen instrumentos inéditos. ¿Qué sucedería si se solicita activamente la ayuda de un un país rival, como es Rusia con respecto a Estados Unidos? En uno de los debates en la campaña anterior, Trump lo pidió [“Rusia, si me estás escuchando”, dijo Trump, “espero que puedas encontrar los 30.000 correos electrónicos” de Hillary Clinton, su contrincante]. Aunque efectivamente estaba ocurriendo mientras él lo pedía: ya Rusia se había adelantado y había penetrado en la campaña. Hay que hay que prepararse. La infraestructura democrática de los Estados Unidos sobrevivió al ataque de Trump y de los rusos. A duras penas, con gran ansiedad y mucho sacrificio, pero sobrevivió. Vamos a ver que qué pasa ahora.
La variadas desdichas de América Latina
—Usted es venezolano, Lo que nos está pasando dedica muchas páginas a distintos temas de América Latina. ¿Cuál es su perspectiva sobre los países hoy más relevantes, por diferentes razones, en la región?
—Como decía [Lev] Tolstoi, “todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Cada país sufre distintas infiltraciones de agentes malignos o de otros países. México está siendo penetrado con [Andrés Manuel] López Obrador: vemos los ataques a los periodistas y a los medios y —lo más importante— vemos la criminalización del Estado. Hoy México es un país tomado por los cárteles de la droga, que se han diversificado hacia todo tipo de comercios como el tráfico de personas, de armas, de productos falsificados. Argentina está aprendiendo a vivir sin los Kirchner, pero al mismo tiempo tiene a [Javier] Milei, que ha hecho unas promesas que no va a poder cumplir. En Brasil tenemos a Lula convicto de regreso a la presidencia. El mundo cambió mucho desde su gestión anterior y vemos que Lula está cometiendo errores por no entender cuál es la nueva realidad. Hasta hace poco le había dado su apoyo incondicional a Maduro, un error de cálculo que le llevó tiempo descubrir.
—¿Y Venezuela?
—Yo era muy pesimista con respecto a las elecciones primarias, porque pensé que iban a ser un ejemplo más de la interferencia de actores malignos en el proceso. Eso no ocurrió y se eligió el liderazgo de la oposición: hoy María Corina Machado es la indiscutible líder más popular que ha tenido Venezuela en muchos años. Pero porque es tan exitosa la están neutralizando y todos los que seguimos la actualidad venezolana andamos asustados por la posibilidad de que María Corina sea maltratada. El régimen no va a entregar el poder por una conversación, como ya dijimos. Eso de que los problemas de un país los debe resolver ese país, en el caso de Venezuela —y de muchos otros— no se aplica. Los venezolanos y la oposición a Maduro no tienen la fuerza de cambiar de régimen y buscar rápidamente una democracia en la cual la gente escoge su presidente por un periodo limitado en un voto libre. Eso no lo veo a corto plazo.
—¿Qué opina de las sanciones de Estados Unidos?
—Las sanciones no están funcionando porque fueron mal diseñadas y están siendo mal implementadas. Pero yo soy partidario de las sanciones, siempre y cuando sean personales. No basta con denunciar la tortura en Venezuela: hay que dar nombres y apellidos del militar este que violó a tantas mujeres y torturó. Esa persona yo quiero que sea reconocida a nivel mundial y que haya sanciones contra ella. Y estoy hablando de aquel que está a cargo de la cárcel, de los centros de tortura que han proliferado en Venezuela. Es muy fácil criticar las sanciones, y yo también lo hago, por como son, pero recordemos siempre que la alternativa a las sanciones es la guerra. Las Las sanciones están se utilizan para evitar la guerra: son defectuosas, pero al menos nos ayudan a evitar costos humanos muy altos.
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