Desde los pasillos de la universidad, se veía su dedicación hacia aquellos que la rodeaban. «Sus compañeros trabajaban en torno a ella con mucha felicidad, se notaba el gusto por estar con ella», compartía Restrepo. Era el tipo de persona que transformaba el ambiente, no con estruendo, sino con esa calma serena que solo tienen quienes saben que el mayor acto de amor es acompañar en silencio.
Girley venía de Mistrató, un pequeño rincón del Eje Cafetero. Allí, donde la tierra es fértil y los vientos soplan con historias antiguas, Girley cultivaba su amor por la medicina y por su familia. «Siempre tenía presente a su hijo, a su hermano», mencionaba su profesor, con el tono de quien entiende las interacciones valiosas de una vida joven.
En medio de las clases y prácticas, donde cada estudiante aprendía a tocar la vida a través de la medicina, Girley destacaba no solo por su rendimiento académico, sino por su sensibilidad. «No era simplemente una carrera para ella; era un compromiso con el ser humano», afirmaba Restrepo, reflejando esa nobleza de propósito que define a quienes verdaderamente eligen curar.
El pasado fin de semana, en las puertas de la facultad de medicina, las mariposas de papel adornaron el lugar como un homenaje silencioso a quien tanto las amaba. «Ella refería que amaba mucho las mariposas, era algo simbólico para ella», recordaba Restrepo con ternura. Las mariposas, como símbolo de transformación y vida, parecían volar en su nombre, recordándonos que, aunque su vuelo aquí fue breve, su legado permanece en cada gesto de amor que dejó entre sus compañeros.
Pero este homenaje no es un final. Restrepo lo deja claro: «Estamos aquí para apoyarnos, para acompañarnos». A través de programas de atención y espacios de diálogo, la universidad busca no solo recordar a Girley, sino también aprender de su ejemplo, enfatizando la importancia de cuidar de los demás y, sobre todo, de cuidar de uno mismo. «Es necesario buscar válvulas de escape», recomienda Restrepo, «no solo en el estudio, sino en los pequeños momentos de alegría, como comerse un helado o charlar con los amigos».
Porque en medio de la vida universitaria, hay una lección que se vuelve fundamental: estamos hechos para sentir. «Parte de nuestro cerebro está encargado de sentir y de llorar», dice Restrepo, recordándonos que la salud mental no es un lujo, es una necesidad.
Hay nombres que, al igual que las mariposas, vuelan suaves, pero dejan huellas profundas. Girley, con su carácter reservado pero cálido, irradiaba una luz especial. «Era una persona muy aplicada, académicamente le iba muy bien, pero también con un alto sentido social», recordaba Samuel Alberto Restrepo López, su profesor en la facultad. Era más que una estudiante de medicina; Girley era una presencia constante de amor por el conocimiento y, sobre todo, por el ser humano.