Por: Ricardo Tribin Acosta
Cuando en alguna circunstancia vemos alguien cercano a nosotros que hace trampas, “malandrerías “, o sencillamente algo inadecuado, nos referimos a él o ella como que persona tan deshonesta. La verdad es que trampear, robar, chismear malévolamente, o ser mentirosos, son manifestaciones claras de no ser honestos con los demás.
Bueno, y que pasa cuando somos deshonestos, no solo con los demás, pero, quizás lo más grave, ¿con nosotros mismos? Pues ahí sí que el hilo se rompe por la parte más delgada, ya que si no pensamos y actuamos en honestidad lo que estaremos produciendo es un letargo en nuestras posibilidades de cambio personal.
Sin honestidad con nosotros o con los demás no hay crecimiento y quien actúa así lo hará como la bicicleta sin cadena a la cual por más que se le dé pedal no avanzará a ninguna parte. El ser honestos, como un contrario positivo, sienta las bases y los fundamentos hacia un mejor vivir, estructurado dentro de ese, tan anhelado crecimiento personal.