Los candidatos han recaudado una cantidad extraordinaria de dinero en unas elecciones inundadas de efectivo a una escala sin precedentes
La campaña presidencial de Kamala Harris ha dado un vuelco a las tradicionales tácticas electorales con una capacidad de financiamiento sin precedentes, desde que asumió el lugar de Joe Biden en la boleta demócrata.
Con una tesorería electoral cercana a los 1.000 millones de dólares, los estrategas se enfrentan al desafío de distribuir estas enormes sumas de manera eficiente, en un entorno donde el gasto político alcanza dimensiones históricas. Sin embargo, detrás de las cifras astronómicas y los anuncios espectaculares en lugares como la esfera de Las Vegas, persiste un debate sobre el impacto del dinero en la democracia estadounidense y el equilibrio de poder en las elecciones.
La monumental cifra de casi 1.000 millones de dólares recaudados por la campaña de Harris ha generado preguntas sobre cómo se gestiona un presupuesto de tal magnitud. Un análisis de Richard Luscombe publicado en The Guardian explica que este dinero proviene de contribuciones individuales, organizaciones políticas y Super PACs, y está destinado a una amplia gama de actividades, desde costos de personal y material impreso hasta eventos públicos y transporte.
Sin embargo, la verdadera prioridad sigue siendo la publicidad. Según AdImpact, desde que Harris asumió como candidata, los demócratas han gastado 1.100 millones de dólares en anuncios ya emitidos o reservados para televisión, radio y plataformas digitales. Esto representa 400 millones más que los republicanos y subraya la apuesta demócrata por mantener una presencia dominante en los medios.
El gasto en medios no se limita a los canales tradicionales. Plataformas modernas como Snapchat, YouTube y Facebook se han convertido en herramientas clave, particularmente para atraer votantes jóvenes. Los analistas señalan que las campañas han desarrollado toda una infraestructura dedicada a producir contenido digital, trabajando casi 24 horas al día para llegar a diferentes segmentos del electorado.
El destino de las elecciones se juega en gran medida en los estados pendulares, y los equipos de Harris y Donald Trump han identificado a Pensilvania como un territorio crítico. Con sus 19 votos electorales, este estado puede inclinar la balanza, y las encuestas sugieren un empate técnico que mantiene a ambas campañas en un gasto constante y agresivo. Por ejemplo, los demócratas han invertido en anuncios durante los partidos de los Philadelphia Eagles y los Pittsburgh Steelers, con el fin de captar la atención de votantes más jóvenes y menos comprometidos políticamente, un grupo demográfico que consideran crucial.
No obstante, la campaña no se ha limitado a la publicidad televisiva. Como parte de una estrategia de alcance aéreo, el Comité Nacional Demócrata gastó una suma de seis cifras para desplegar pancartas a favor de Harris sobre varios partidos de la NFL, reforzando el mensaje en eventos masivos y aprovechando cada oportunidad para impactar en la opinión pública.
La transformación del gasto en medios
La manera en que los equipos de campaña asignan sus recursos ha cambiado drásticamente en los últimos años, influenciada por la fragmentación del consumo mediático. Antes de la proliferación digital, las campañas dependían de los pocos canales de televisión disponibles para transmitir sus mensajes. Hoy en día, con la explosión de plataformas digitales, las opciones se han diversificado, permitiendo segmentar mensajes de manera mucho más precisa.
Steve Caplan, profesor de publicidad política en la Universidad del Sur de California, explica que esta diversificación ha permitido a las campañas optimizar su presupuesto. Los anuncios digitales no solo son más económicos, sino que también llegan a audiencias específicas. La campaña de Harris, por ejemplo, ha aprovechado Snapchat para atraer a jóvenes votantes, maximizando el impacto de su inversión.
En tanto, la capacidad de los millonarios para influir en las elecciones ha crecido exponencialmente desde el fallo de la Corte Suprema en el caso Citizens United v FEC en 2010. Esta decisión permitió donaciones ilimitadas a los PACs, facilitando la intervención de grandes fortunas y corporaciones en el proceso electoral. Super PACs como el de Elon Musk, alineado con Trump, han recaudado sumas significativas, operando como brazos extendidos de las campañas oficiales.
Según la Comisión Federal de Elecciones (FEC), el dinero de los PACs ha alcanzado cifras astronómicas. Los demócratas, mediante entidades como ActBlue y el Harris Victory Fund, han liderado las recaudaciones con más de 5.000 millones de dólares. En contraste, los republicanos han dependido de contribuciones de élites empresariales, con el WinRed PAC a la cabeza con 1.400 millones.
La influencia desmesurada de los multimillonarios preocupa a defensores de la transparencia y la ética política. El abogado Noah Bookbinder, de Citizens for Responsibility and Ethics in Washington (CREW), advierte sobre los peligros de que una pequeña élite adquiera poder desproporcionado, comparando esta dinámica con oligarquías en naciones como Rusia. Por otro lado, expertos como Bradley Smith, expresidente de la FEC, sugieren que la situación es más compleja y que la participación masiva de pequeños donantes sigue siendo un factor vital.
Algunos críticos temen que el financiamiento ilimitado diluya las preocupaciones de los ciudadanos comunes y desvíe la política hacia intereses elitistas. David Kass, director de Americans for Tax Fairness, afirmó que el aumento del 60% en las donaciones de familias multimillonarias desde 2020 “ahoga las voces y preocupaciones de los estadounidenses comunes”.
A días de las elecciones, los movimientos en los cierres de campaña pueden ser decisivos. Lo que está claro, es que tanto Harris como Trump tienen el dinero suficiente para intentar convencer a los votantes indecisos en las últimas horas antes de la votación.
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