Por: Ricardo Tribin Acosta
Envejecer es inevitable, crecer es opcional, y crecer espiritualmente depende de cada cual, lo cual implica que, aunque pasen los años, uno se siente más o menos viejo en manera proporcional a la calidad de vida que lleve, al estado mental que lleve, y al manejo adecuado o no de su salud física, mental, así como también espiritual.
Recuerdo cuando era un niño que cuando veía a una persona de cincuenta años o más, mi impresión era la de que estaba frente a un viejo cuya esperanza de vida, como la define la estadística matemática, era inferior a la de hoy en día. La vejez era pues algo de llegada relativamente rauda y veloz.
El mundo y la medicina han avanzado y progresado tanto que por esta época una persona de setenta años se considera como una persona de la tercera edad y no como antaño, que se le veía como a un anciano.
Si a lo anterior se le suma un buen manejo de la vida interior, implicando ello una condición espiritual que dé ánimos para vivir mejor, entonces estaremos ante un progreso que implica el vivir en concordancia con la creencia en un Poder Superior, Dios como cada cual lo conciba.
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