“En agosto nos vemos” trata de una mujer casada que va a visitar la tumba de su madre en una isla a cuatro horas de navegación. En ese día que duerme lejos pasan cosas que le van marcando la vida.
Habrás visto que salió En agosto nos vemos, un libro nuevo de Gabriel García Márquez. Fue noticia de estos días. ¿Cómo? ¿Un libro nuevo de un escritor que murió en 2014, hace casi diez años? Bueno, se trata de un texto que García Márquez trabajó y luego desechó. “Me dijo directamente que la novela tenía que ser destruida”, contó Gonzalo García Barcha, el hijo menor del autor.
Pero el tiempo pasó y los hijos contaron —mirá acá— que ese juicio lapidario sobre su novela había sido hecho cuando García Márquez ya no estaba bien: “Gabo perdió la capacidad de juzgar el libro”, dijo Rodrigo García, el mayor de sus dos hijos. “Ya ni siquiera era capaz de seguir la trama, probablemente”.
Entonces llamaron a Cristóbal Pera, un editor que conocía el texto desde el principio, y le propusieron una edición final. Y acá está.
¿De qué se trata? Ya lo debés saber. La protagonista es Ana Magdalena Bach, una mujer de cuarenta y pico que cada 16 de agosto se toma un transbordador y se va a “la isla” a dejar flores en la tumba de su madre. Tiene un circuito armado, ya la conocen en el hotel, la conoce el taxista, sabe qué darle la florista del cementerio.
¿Por qué la madre pidió que la enterraran en esa isla pobre, a 4 horas de navegación? Misterio. El paisaje imponente parece responder la incógnita pero tal vez no sea lo único.
Se trata de una obra pequeña y realista, con escenas calientes, siempre bellas, y el temblor del deseo humano
Así que ahora Ana llega y —García Márquez lo tira ahí como un detalle pero va a ser importante— se saca el anillo de casada. Va al cementerio, vuelve, está cansada. A la nochecita baja a tomar algo al bar del hotel y, ah, un hombre la mira. Él la mira, ella lo mira, él la mira. ¿Una copa? Terminan con la ropa y la navaja rodando por el piso. Ya saben, una pasión fugaz sin saber ni el nombre del otro.
Hay una regla en la literatura que se llama algo así “El arma de Chéjov”. Dice que si hay un elemento en un relato está para usarlo, no de adorno. Algo como que si señalaste que hay un clavo en la pared al principio, al final tenés que colgar de ahí al protagonista. Con el anillo de casada eso se cumple, ya vimos. Ahora tenemos expectativas con la navaja del caballero.
Pero por ahora lo que pasa es que a la noche está todo más que bien pero ella se despierta sola y con “la conciencia brutal de que había fornicado y dormido por primera vez en su vida con un hombre que no era el suyo”. ¿Eso la desanima? No tanto. Lo que la golpea de esa primera vez es algo que quienes hayan leído a Borges reconocerán. El hombre le ha dejado un billete de 20 dólares en el libro, como pasa en el cuento Emma Zunz, del argentino (Martín Kohan lo lee y lo explica acá). El hombre la pone, sin vuelta atrás -ya está pago-, en el lugar de una prostituta.
Al año siguiente, el propósito de la visita a la tumba ¿ya es otro? Ana va, claro, a visitar a la madre pero va, sobre todo, a buscar su noche de aventura. Las circunstancias van a cambiar, los hoteles se van a modernizar, los hombres serán diferentes, habrá cosas buenas y malas. Y esa atención a la sexualidad le hará ver también la de su marido que ¿alguna vez le habrá sido infiel?
No hay casi otra cosa en este texto —el relato en sí tiene apenas 53 páginas— que esas idas a la isla y la búsqueda de un hombre que llene de ilusión y de pasión el viaje.
Ana no tiene uno de esos matrimonios monótonos y sin deseo. Se nota el paso de los años pero se ve entre ellos el amor y el fuego que no es que esté siempre prendido pero la leña tampoco está definitivamente mojada.
De eso va: de recreos pasionales, de escapadas que pueden salir bien o mal, que pueden ser gozosas y luego humillantes, que pueden tener una continuidad en la imaginación de los amantes o irse con el último suspiro, literalmente.
Al final —no lo voy a contar— Ana descubre un regalo de su madre, insospechado.
¿Es el García Márquez que podíamos añorar? En esta novela, no está el creador de mundos de Cien años de soledad ni el autor de una alegoría política de El otoño del patriarca ni el maestro de la estructura narrativa de Crónica de una muerte anunciada. No es el mago del realismo mágico quien escribe aquí, se trata más bien de una obra pequeña y realista, con escenas calientes, siempre bellas, y el temblor del deseo humano en sus distintas formas.
¿Ese texto era para desecharlo? Leelo —acá está el comienzo— y me decís.
Mis subrayados
- “Antes de arreglarse se quitó el anillo de casada y el reloj de hombre que usaba en el brazo derecho, los puso en la repisa del tocador y se hizo abluciones rápidas en la cara para lavarse el polvo del viaje y espantar el sueño de la siesta. Cuando acabó de secarse sopesó en el espejo sus senos redondos y altivos a pesar de sus dos partos”.
- “Había repetido aquel viaje cada 16 de agosto a la misma hora, con el mismo taxi y la misma florista, bajo el sol de fuego del mismo cementerio indigente, para poner un ramo de gladiolos frescos en la tumba de su madre”.
- “Ana Magdalena Bach había cumplido cuarenta y seis años de nacida y veintisiete de un matrimonio bien avenido con un hombre que amaba y que la amaba”.
- “Subió a la habitación con el terror delicioso que no había vuelto a sentir desde su noche de bodas. Encendió el ventilador, pero no la luz, se desnudó en la oscuridad sin detenerse, y dejó el reguero de ropa en el suelo desde la puerta hasta el baño”.
- “Ella volvió a buscarlo, y lo encontró armado. Quiso asaltarlo de nuevo, pero él se le reveló como un amante exquisito que la elevó sin prisa hasta el grado de ebullición”.
- “Sólo cuando cogió el libro de la mesa de noche para guardarlo en el maletín se dio cuenta de que él le había dejado entre sus páginas de horror un billete de veinte dólares”.
- “Sólo entonces descubrió ella que la camioneta no tenía más que los dos asientos delanteros, que se convertían en camas con apretar un botón”.
- “Regresó al hotel, embarrada y de mal humor, y dio por hecho que había perdido otro año, pues no le parecía posible conseguir un amor para esa noche ni parando automóviles en una costanera convertida por la lluvia en un lodazal horrendo”.
- “No se sintió triste sino animada por la revelación de que el milagro de su vida era haber continuado la de su madre muerta”.
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Hasta la próxima,
Patricia
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