El caso más reciente fue el de Qin Gang, ex ministro de Relaciones Exteriores. El régimen chino somete a los díscolos o caídos en desgracia a una metodología humillante que suele terminar con la prisión o con unas disculpas públicas poco creíbles
Hace diez años el exdirigente del Partido Comunista Chino (PCC) Bo Xilai fue sentenciado a vivir el resto de su vida en una cárcel. Fue encontrado culpable de múltiples delitos. Y hasta vinculado con el asesinato a un empresario inglés atribuido a su esposa, Gu Kailai. Previo a conocerse su detención nadie supo de su paradero por un breve período. Pocos meses antes, cuando el PCC debía definir los dirigentes que conducirían el país los siguientes años, Bo era considerado una de las máximas y más populares promesas políticas de la nación. Pero la llegada de Xi Jinping al poder terminó de hundirlo. Para siempre.
Más allá del grado de culpabilidad de Bo -quien negó todos los cargos y se defendió hasta el último minuto de las acusaciones-, el sistema de súbita degradación se convertiría en una recurrente metodología de la China que Xi estaba construyendo para sí. En ese nuevo régimen no habría lugar para voces disidentes ni siquiera al interior del partido. Y la de Bo era una muy potente.
Durante la era del terror de Mao Zedong, China siempre fue escenario de purgas internas y desapariciones automáticas de la escena pública. Incluso, la familia de Bo había padecido la Revolución Cultural hacia mediados de los 60. Todos sus miembros fueron encarcelados cinco años primero y luego idéntica cantidad de tiempo en un campo de trabajo, la versión de época de los actuales “centros de reeducación” de Xinjiang, destinados a transformar a las personas por la fuerza y que muchos países se niegan a condenar.
Las purgas en tiempos de Xi rescatan cierta analogía nostálgica con las de Mao. Ahora, los señalados por el régimen de Beijing desaparecen un tiempo antes de retornar a la vida pública o ser sentenciados por corrupción o ser milagrosamente “recuperados”.
Uno de los casos más sonados internacionalmente fue el de Jack Ma, empresario con una de las las mayores fortunas de China. El paladín tecnológico copió Amazon y llevó esa fórmula a su país para convertirla en un éxito al que llamó Alibaba. Pero Ma -brillante en los negocios- cometió pecados capitales casi de principiante. Sobre todo, uno: creyó que podía decir abiertamente lo que pensaba. El también profesor universitario estaba a días de ver cómo Ant Group -la casa matriz de su conglomerado- salía a la bolsa en una operación récord de 37.000 millones de dólares. Sin embargo, decidió abrir la boca. Su diatriba fue no sólo inoportuna, sino sobre todo, torpe.
El 24 de octubre de 2020 lanzó una crítica fulminante contra los organismos de control financiero y los bancos del país, la mayoría de capitales estatales. Ante una multitud compuesta mayoritariamente por el establishment chino dijo que el sistema regulador ahogaba la innovación y que era imperioso reformarlo para impulsar el crecimiento. E insultó a los banqueros: los acusó de operar con una mentalidad de “casa de empeño”.
Fue demasiado. Había cruzado una línea roja y el rayo lanzado le volvió de inmediato. Su salida a la bolsa fue suspendida y sus empresas cayeron bajo una profunda regulación y control. Ma vivió bajo un total ostracismo un año, momento en que nada se supo de él. Estaba desaparecido, reflexionando a la fuerza. Dedicó esos días, dicen ahora, a estudiar sobre agro negocios. Es por eso que invirtió, de acuerdo al South China Morning Post -diario también de su propiedad, que compró a través de Alibaba-, en una floreciente start-up de pesca y agricultura. Raíces chinas. Ironías de los tiempos de la inteligencia artificial.
La suerte de Ma, empero, fue mejor a la de otros rivales de Xi o del PCC. Sun Zhengcai es otro ejemplo de martirio. Fue ex primer secretario del partido en la región de Chongqing y también prometía ser un sucesor del actual jefe del régimen comunista. Pero en 2018 cayó en desgracia. No se supo nada de él por un tiempo corto y volvió a la escena acusado de corrupción. Confesó su culpabilidad para evitar ser condenado a la pena de muerte. Cosas que pasan.
Una estrella del tenis local, Peng Shuai vivió una experiencia doblemente traumática. En noviembre de 2021 acusó al ex vice primer ministro Zhang Gaoli de forzar una relación sexual con ella tres años antes. Su mensaje, publicado en una red social, fue rápidamente censurado y la deportista de 35 años desapareció del radar durante tres semanas. Cuando retornó, algo había cambiado en su historia. Dijo que nunca había acusado a nadie de nada. La reflexión forzada había funcionado.
Fan Bingbing, quizás la actriz más famosa del país por su participación en la película X-Men: Days of Future Past, también sufrió el escarnio estatal. Se esfumó en junio de 2018. Pasó julio y no hubo noticias. Agosto, nada. Septiembre, sin novedades. Recién en octubre se supo que tenía problemas con el fisco. Se la acusaba de tener una deuda de 130 millones de dólares. Su disculpa bordeó la humillación. O la atravesó: “Sin las excelentes políticas del Partido y el país, sin el cariño de la gente, no existiría Fan Bingbing”.
Otra figura del PCC, Wang Sanyun de Gansu, corrió igual suerte. Aceptó haber recibido dinero de parte del empresario Ye Jianming, presidente de CEFC China Energy, una petrolera del Estado. Ye estuvo desaparecido un largo tiempo tras conocerse una investigación hecha en una fiscalía norteamericana. Una fundación que conducía cometía todo tipo de ilícitos que avergonzaron a sus patrones en Beijing. Mejor sacarlo de la escena. Para siempre.
Otro magnate chino que recorrió un camino paralelo fue Xiao Jianhua. En enero de 2017 fue secuestrado por oficiales de Beijing en el hotel Four Seasons de Hong Kong. En ese entonces, la policía continental tenía prohibido actuar en el antiguo territorio británico. Los 6 mil millones de dólares que Xiao tenía no le sirvieron para defenderse de los cargos a los que lo sometería la Justicia de Xi. En 2022 -cinco años después de su desaparición- se conoció que hubo un proceso y una condena por desvío de fondos. Al fin se tenía noticias del atormentado empresario.
“Aunque en algunos casos parece que han utilizado la corrupción como arma política contra rivales, y en otros casos, realmente habíia comportamiento no aceptable, parece que el elemento común es que en la China de Xi Jinping y su politburó, igual que en los días de Mao, no hay cupo para libertad de pensamiento ni disidencia y que Xi maneja un esfuerzo amplio y sofisticado de despojarse de sus rivales de un forma u otra”, dijo a Infobae Robert Evan Ellis, profesor de la Escuela de Guerra del Ejército de los Estados Unidos.
Pero sin dudas, los casos más emblemáticos fueron los del ex jefe de Interpol Meng Hongwei, y los más recientes como el del ex presidente Hu Jintao y el del ahora ex ministro de Relaciones Exteriores, Qin Gang.
En octubre de 2018, Grace Meng denunció ante las autoridades de Lyon, Francia -ciudad sede de Interpol- que su marido había desaparecido. Meng permaneció fuera del radar público durante varias semanas hasta que Beijing reconoció que estaba bajo su custodia. Dos años después fue condenado a 13 años de cárcel por corrupción. El Tribunal Popular Intermedio de Tianjin dio por seguro que entre 2005 y 2017 el ex director del organismo internacional había utilizado su poder como viceministro de Seguridad Pública y jefe de la Guardia Costera para beneficio propio. Sobornos, básicamente. Para evitar una sentencia mayor, Meng reconoció todo. Sólo le faltó flagelarse en público.
Hu Jintao, ex presidente chino, también padeció el brutal celo de Xi Jinping. En el último Congreso Nacional del Partido Comunista de octubre pasado, Hu fue sacado del plató por la fuerza. La humillación fue notoria y marcaba el fin de una era y el comienzo definitivo de otra. A sus 79 años, el antiguo líder comenzó un retiro más profundo del que venía experimentando. La escena pública ya no volverá a mostrarlo. La oscuridad más profunda le espera hasta su muerte. Nadie sabe cuál fue su pecado.
Pero el caso que sintetizó todos es el del ahora ex ministro de Relaciones Exteriores, Qin Gang. Fugaz ministro. En noviembre pasado Infobaeanticipaba que sería el elegido para comandar la política externa del régimen. Y que su ascenso marcaba la intención de profundizar la diplomacia del Wolf Warrior, por la cual Beijing responde cada crítica con feroces ataques. Qin era un estandarte de ese método a través de la embajada que comandaba en Washington, Estados Unidos.
Pero en las últimas semanas desapareció de escena. Estuvo un mes sin que se conociera qué ocurría con él. Y sigue en ese estado. Se esfumó. Hace pocos días, recién, se informó que sería reemplazado por su antiguo jefe, casualmente al que sustituyó, Wang Yi. Todavía no hay cargos en su contra, pero será imposible que su estrella vuelva a brillar. Hasta sus fotos fueron borradas de la web oficial del ministerio popular. Su nombre tampoco figura entre los “ex” ministros. Cuando el régimen quiere hacer desaparecer a alguien también busca que no queden rastros de su historia.
Leland Lazarus, director asociado del Instituto Jack Gordon de la Universidad Internacional de Florida y experto en China, dio una explicación a Infobae: “El hecho de que un alto funcionario como Qin Gang, o un multimillonario como Jack Ma puedan desaparecer por semanas sin ninguna explicación es un síntoma de la ‘caja negra’ de opacidad que caracteriza el Partido Comunista Chino. Especialmente en el caso de Qin Gang, quien ascendió rapidísimo por el escalafón y su súbita caída demuestra que nadie está seguro bajo el poder de Xi Jinping”.
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