El caso chileno es bastante singular: el país puso fin a una dictadura de 17 años con un plebiscito. Augusto Pinochet se retiró en 1990, pero mantuvo un lugar clave en la vida política. No solo como comandante en jefe del Ejército y luego senador, sino que se convirtió en una figura y símbolo para sectores de derecha.
A 50 años del golpe de Estado, y a pesar de las violaciones a los derechos humanos que dejaron más de tres mil ejecutados y desaparecidos, Pinochet todavía goza de una alta aprobación: Un 36% justifica el golpe militar, según la encuesta CERC-Mori. Recién en julio de este año, en una tensa sesión y votación dividida, la Cámara de Diputados aprobó una moción para que en las reseñas de la biblioteca del Congreso Pinochet no figure como “presidente”.
Salvando las diferencias, contrasta con la situación de Alemania tras el nazismo, o de dictaduras latinoamericanas, donde hay un amplio consenso en el rechazo a los dictadores. Expertos consultados por DW identifican varios factores.
“En Alemania u otras dictaduras que fueron derrotadas militarmente, como Italia y Japón, es más difícil que pueda resurgir un sector de la población que lo reivindique”, señala el historiador Manuel Gárate. “En Alemania, a pesar de que siguieron existiendo partidarios del nazismo, con el tiempo hubo una desnazificación y además la sociedad completa hizo un giro hacia la democracia y la valoración de los derechos humanos”, dice el académico del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC).
En opinión del politólogo Veit Straßner, “a diferencia de Argentina, donde la dictadura dejó el poder en medio de una derrota moral, política y económica, la transición en Chile fue dirigida por los militares con sus propias reglas y siguieron en ámbitos de poder. Dejaron el poder sin perderlo”.
Straßner observa también que “la dictadura chilena fue exitosa en cambiar las reglas del juego, y la Constitución del 80 sigue vigente. Los militares impusieron una mentalidad neoliberal y cambiaron el país en lo político y económico. Falló en la distribución de la riqueza, pero en términos macro fue más exitosa que dictaduras de otros países”.
“En Argentina, la dictadura pierde una guerra con Inglaterra y queda muy desprestigiada. En Chile, lo único que sucedió fue que perdió un plebiscito, y por un margen que no fue tan alto. En los últimos 30 años, en la medida en que se conoció el tema de los derechos humanos, las cuentas del Banco Riggs y el enriquecimiento ilícito de Pinochet, fue perdiendo fuerza en el espacio público, pero mucha gente siguió apoyándolo en silencio”, indica Gárate.
Pinochet murió sin enfrentarse a la Justicia
Pinochet perdió el plebiscito de 1988, pero no quedó deslegitimado. Casi la mitad de la población (44%) estaba a favor de que siguiera otros ocho años más en el poder. “No me sorprende que esta polarización se mantenga hasta hoy. Las familias transmiten ciertas narrativas de lo que pasó durante el gobierno de Allende y el régimen militar, que son visiones opuestas, en las que no se puede matizar mucho”, comenta Straßner, quien se doctoró en temas de políticas de verdad, justicia y memoria.
La socióloga chilena Oriana Bernasconi apunta al tema judicial: “A pesar de que hay más de 400 juicios a figuras de su entorno y se reúnen más de mil años de sentencias, Pinochet murió sin enfrentarse a la Justicia en Chile”.
En opinión de la académica del Departamento de Sociología e investigadora del Centro de Derechos Humanos de la Universidad Alberto Hurtado (UAH), “la sociedad tampoco tuvo esa instancia y el espacio pedagógico para educar a las nuevas generaciones, como el Juicio de las Juntas en Argentina. Pinochet no enfrentó el relato de los crímenes ni su responsabilidad por una sentencia. Eso afecta el modo en que hemos procesado su figura. Si eso hubiera pasado, sería mucho más difícil que existieran todavía voces que lo aprueban”.
Relativización en momentos de crisis
El fenómeno es cíclico y se enmarca también en el actual resurgimiento de la extrema derecha a nivel global. Ante una crisis como el aumento de la delincuencia o el estallido social de 2019, la figura del dictador, quien murió hace casi 17 años, reaparece.
“Muchos decían que con Pinochet esto no habría ocurrido. En situaciones de crisis se vuelve a interpretar lo que pasó durante el régimen militar y una gran parte de la sociedad chilena está dispuesta, por lo menos, a relativizar las violaciones a los derechos humanos”, advierte Straßner. Entonces cobra fuerza el discurso de que son el costo que se debe pagar para tener progreso, o se las justifica con el argumento de que las víctimas se lo merecen porque “algo habrán hecho”.
“Se busca un personaje del pasado para marcar una posición política del presente. Las voces que estaban silenciadas toman fuerza y hoy sienten que tienen una justificación para decir que Pinochet fue un personaje importante del Estado de Chile, o incluso un estadista”, afirma Gárate.
A esto se suma la memoria construida por la dictadura, que hoy persiste, señala Bernasconi: “Fueron 17 largos años en que Pinochet tuvo a todos los aparatos del Estado cooptados para reproducir incansablemente su propaganda, incluyendo montajes, discurso golpista y la idea de la guerra contra el cáncer marxista”.
El mito del orden y el progreso
“Pinochet mismo, como persona, no es lo importante, sino que es un símbolo. Su figura es simplemente una imaginación nostálgica, que para un sector representa el orden o la lucha contra la delincuencia”, consigna Gárate.
“Tiene algo simbólico que va más allá de la persona. Representa distintas visiones de la economía y de construir una sociedad”, coincide Straßner. “Para algunos representa estabilidad económica y mejores tiempos, aunque hoy sabemos que las mejores cifras de crecimiento económico se dieron en los primeros años de la transición democrática, cuando gobernaba la Concertación”, subraya Gárate.
La historia también ha desmitificado la leyenda de que es el único dictador que ha dejado el poder de manera democrática, y que, además, no se enriqueció. “Esos dos mitos cayeron: sabemos que por momentos no quiso reconocer el triunfo del NO, y que él y su familia se enriquecieron de manera ilícita”, afirma el historiador de la PUC.
La imagen de Pinochet es incómoda y “está contaminada por la traición a Allende, por cómo se produjo el golpe de Estado, por las violaciones a los derechos humanos, el exilio, los detenidos desaparecidos y el enriquecimiento ilícito. Para un sector, Pinochet significa: ‘nos salvó del comunismo’ y ‘restauró el orden’, pero su misma biografía les resulta muy difícil de defender”, dice Gárate. La derecha, que colaboró y se benefició con la dictadura, “sigue siendo dubitativa con respecto a Pinochet y no ha construido un relato”, más allá de rescatar las supuestas “partes buenas” de ese período, estima la socióloga de la UAH.
“Hay un grupo de civiles, que más que fieles a Pinochet, son fieles a la obra del régimen, y por eso les interesa conservar la Constitución y la idea del modelo económico”, asegura Gárate. En este contexto, cuando todavía hay quienes justifican el golpe y las violaciones a los derechos humanos como un costo razonable, una condena pública unánime a Pinochet parece todavía lejana.
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